Érase una vez, en una casa llena de alegría y risas, un niño que adoraba jugar con su vasta colección de juguetes. Entre todos, sus favoritos eran los soldaditos de plomo, especialmente uno muy valiente que, a pesar de tener solo una pierna, siempre lideraba las batallas más feroces. Lo que el niño no sabía era que, cuando la luz del día se apagaba y la noche cubría todo, sus juguetes cobraban vida.
Una de esas noches mágicas, el valeroso soldadito de plomo conoció a una encantadora bailarina también hecha de plomo. Entre ellos nació un amor tierno y silencioso, uno de esos amores llenos de miradas y suspiros, pero sin palabras. Sin embargo, un diablillo travieso y celoso que vivía en una caja de sorpresas no veía con buenos ojos este floreciente amor.
Una noche, el diablillo, incapaz de contener su envidia, reprendió al soldadito. Pero la dulce bailarina, con un rubor en sus mejillas, defendió al soldadito diciéndole que ignorara al envidioso diablo. Aunque las palabras eran de consuelo, el soldadito y la bailarina eran demasiado tímidos para confesar su amor.
El destino, caprichoso y a veces cruel, decidió poner a prueba a nuestros pequeños enamorados. Un día, el niño, sin saberlo, colocó al soldadito en el alféizar de una ventana para que vigilase el exterior, lejos de su amada bailarina. Pronto, una tormenta violenta arrojó al soldadito desde el alféizar, y su viaje le llevó a enfrentarse a desafíos aún mayores: una aventura fluvial en una barquita de papel, encuentros aterradores con ratas gigantes en las alcantarillas y finalmente un naufragio en el río.
Justo cuando todo parecía perdido, el destino intervino de nuevo. El soldadito fue tragado por un enorme pez, el cual pronto fue capturado por un pescador y comprado por la cocinera de la misma casa donde vivía el niño. Al abrir el pez, la cocinera encontró sorprendida al soldadito y se lo devolvió al niño, quien lo colocó junto a la bailarina en la repisa de la chimenea.
Esa noche, mientras compartían sus increíbles aventuras, una ráfaga de viento hizo que la bailarina cayera accidentalmente al fuego de la chimenea. Desesperado, el soldadito saltó tras ella, decidido a no abandonarla. Juntos en el fuego, el plomo de sus bases se fundió y formó un corazón, uniendo a los dos amantes para siempre.
El niño, al darse cuenta de lo ocurrido, los rescató rápidamente del fuego. Desde aquel día, el soldadito de plomo y la bailarina permanecieron juntos, sobre una sola peana en forma de corazón, demostrando que ni siquiera el fuego puede derretir un amor verdadero.
Así, en cada Navidad, cuando los juguetes vuelven a cobrar vida, el soldadito y la bailarina danzan en su peana en forma de corazón, recordando a todos el poder del amor y el valor de la valentía.
Versión de navidad.es basada en cuento de Hans Christian Andersen