Un cuento navideño ruso

La navidad suele ser la ocasión en que reflexionamos sobre las formas de vivir y pensar que solemos asumir durante el transcurso del año. Eso sucede ya en pocas ocasiones, la modernidad  y el consumismo nos alejaron de la importancia de las fiestas, lo que no deja de ser una manera vacía de celebrar una ocasión importante como la navidad. Quizá por eso a lo largo de la historia a medida que fueron surgiendo fábulas y cuentos, se fueron creando algunos que se convirtieron por sus reflexiones en cuentos navideños. Y éste es uno de esos llamados a reflexionar sobre lo poco duradero que es todo en la vida, y que empeñarnos en las cosas materiales no puede traernos más que desdicha.

En Rusia desde que era solamente unos pequeños poblados perdidos en la nieve, se ha relatado la historia de «El viejo y el pez». En nuestro cuento navideño de hoy, un anciano que vivía en una pobre choza a la orilla del mar, compartía su mendrugo de pan y sus peces cuando tenía suerte de pescar algo, con su mujer que parecía todo menos resignada a su precaria existencia.  Aún con sus estrecheces vivían tranquilos y la vida parecía transcurrir tranquilamente, hasta el día en que Dios le puso a prueba a través de un enorme pez en el mar. Aquella mañana como siempre el viejo salió de la choza a pescar con un viejo balde.

Luego de muchas horas de intentar pescar algo, la tristeza ya hacía mella en él pensando en otra noche de pan y agua, y elevando silencioso una oración pidió a Dios le enviara un pequeño pez para mitigar el hambre de su mujer y la suya propia. Cuando ya renunciaba al asunto, un enorme pez llegó a su caña de pescar y para su sorpresa le habló. Aquel pez le ofreció cumplirle un deseo que le hiciera felíz y el anciano le pidió un poco de peces para cenar. Cuando llegó a su hogar le informó a su esposa su buena suerte, pero ella le aconsejó que si volvía a encontrar al pez, le pidiera algo mejor.

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Sucedió para su suerte que el pez le concedió otro deseo, y el viejo le pidió un balde nuevo con que pescar siempre, pero su mujer se enfadó y le mandó pedirle al pez una «dacha» o sea una casa elegante y con criados a lo que el pez accedió. Para infortunio del pobre viejo, su mujer pensó que esa dacha era muy elegante y ella necesitaba ropas y zapatos acordes a su nuevo hogar y le dijo que le pidiera al pez que le diera aquello. Cuando el pez de mala gana accedió, la mujer pensó que ese viejo no podía ya ser su marido y lo echó de casa.

El viejo se quedo solitario viviendo a orillas del mar, hasta que la mujer envió por él, ahora quería que volviera al mar y pescara el pez y se lo llevara, para ella tener todo lo que anhelaba. Pese a la negativa del viejo la mujer logró que marchara de nuevo, y el pez apenas escuchó la petición le dijo «ve con Dios y tendrás lo que él desee para ti».

Cuando volvió a casa no encontró criados, ni la hermosa dacha, ni siquiera los lujosos vestidos de su mujer, sino a la misma sentada en una piedra con sus viejos harapos y llorando por la pérdida de su riqueza. El cuento nos transmite el sentimiento de que inconformes con lo que poseemos vamos siempre en pos de aquello que nos ciega a apreciar lo que realmente tiene valor.

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