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El origen de los villancicos

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La Navidad está ya muy cerca, y son muchos los niños (y no tan niños, reconozcámoslo) que empiezan a ensayar los villancicos para las fechas. Se trata de un tipo de canción extremadamente conocida, profundamente enraizada en nuestra cultura popular, tanto en ambientes religiosos como laicos; rara es la persona que no conoce al menos uno o dos. ¿Te has preguntado alguna vez cuál es su origen?

La palabra “villancico” significa, textualmente, “canción de villa”. Los primeros registros escritos que la mencionan, tanto en España como en Francia, proceden del siglo XV: podemos encontrar ejemplos de villancicos en el Cancionero de Stúñiga, fechado en 1458; en la Chanssonier d´Herberay de 1463; y en otras obras posteriores, como el Cancionero de la Colombina. Uno de los primeros autores conocidos fue Juan de Encina.

Los villancicos empezaron a cobrar importancia como parte de las celebraciones religiosas más relevantes del año. Se consideraban una buena manera de implicar al pueblo vulgar, es decir, a las personas que no tenían educación ni sabían leer o escribir, en la doctrina fundamental de la fe. Así pues, no se cantaban sólo en Navidad, sino en otros momentos importantes, como podían ser las festividades asociadas a los patrones de cada región.

En el siglo XVII, los villancicos gozaron de una excelente salud al entrar en contacto con formas musicales mucho más elaboradas. Se añadieron instrumentos como el arpa, el violín y el órgano, y se compusieron, incluso, algunos con cierta carga de sátira política; este último hecho propició que fueran perseguidos y prohibidos por los emergentes regímenes conservadores.

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En el XVIII, la influencia de Italia y la labor de compositores como Antonio de Literes y José de Torres los convirtieron en canciones con entidad propia, algo que permitió su independencia de las ceremonias religiosas. Así llegamos al día de hoy, en el que se han convertido por mérito propio en iconos representativos de la Navidad, mezclando elementos propios de la estación junto a los clásicos religiosos.

Fuente: Filomúsica.

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