Cuento: El cuarto Rey Mago, Ogamyer - Navidad. Tu revista navideña

Cuento: El cuarto Rey Mago, Ogamyer

El cuarto Rey Mago, Ogamyer

Ogamyer Otraucle era un astrónomo, viejo y sabio, que vivía en un lejano país de Asia. Toda su vida la había dedicado a estudiar las estrellas y hacía poco que había descubierto una nueva estrella en el cielo. Una noche en que, como siempre, Ogamyer estaba estudiando las estrellas llegó un mensajero con una carta de sus amigos Melchor, Gaspar y Baltasar.

La abrió enseguida, porque esperaba impaciente noticias sobre el significado de aquella nueva estrella que había aparecido en el cielo. En la carta Melchor, Gaspar y Baltasar le decían: «Apreciado amigo Ogamyer, después de estudiar muchos libros y consultar con otros sabios hemos averiguado el significado de la estrella que tú descubriste en el cielo. No tenemos dudas, esa estrella indica el nacimiento de una persona importante, quizá, la más importante jamás nacida. Es una persona que será a la vez Dios y hombre. Nosotros hemos decidido seguir a la estrella para llegar cuanto antes al lugar del nacimiento de ese Niño. Esperamos verte en el camino. Un saludo. Tus amigos Melchor, Gaspar y Baltasar».

Ogamyer, entusiasmado, preparó todo lo necesario para seguir aquella estrella y alcanzar a sus amigos. Escogió sus mejores camellos y los cargó con todo lo necesario para un largo viaje y con oro, incienso y mirra para regalárselos al Niño que iba a nacer. Cuando llevaba una semana de viaje tuvo que tomar una importante decisión. El rastro que dejaban los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar, que le llevaban tres días de ventaja, se separaba del camino que le indicaba su estrella en el cielo. Su estrella le indicaba un camino diferente al que seguían sus amigos. No sabía que hacer. Finalmente decidió seguir el camino que le indicaba su estrella.

Dos días más tarde la estrella se detuvo sobre un grupo de niños vagabundos que se entretenían contemplando las estrellas. Les gustaba pasar las horas mirando al cielo pero no comprendían lo que estaban viendo. Ogamyer se bajó de su camello y les explicó todas las constelaciones y también el significado de la nueva estrella y les contó el motivo de su viaje. Los niños decidieron acompañar a Ogamyer para ayudarle a buscar a esa persona tan importante. La estrella no quería que hiciera el camino solo, sino con los niños.

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Después de tres días de viaje la estrella se separó otra vez del camino por el que marchaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Ogamyer no sabía qué hacer, porque si se desviaba llegarían los últimos o tal vez no llegarían. Pero la estrella le mostraba otro camino. Ogamyer decidió nuevamente seguir su estrella porque la primera vez que le hizo desviarse se encontró con aquellos niños que ahora le acompañaban. Quizás su estrella quería que su camino fuera distinto y más largo.

Un día después de haber tomado el nuevo camino la estrella se posó sobre tres viajeros que estaban al borde del camino, una mujer, un hombre y un niño recién nacido que la mujer sostenía entre sus brazos. La que debía ser la madre del niño lloraba porque hacía dos días que no tenía nada que darle de comer a su hijo. El largo viaje les había dejado sin dinero y sin comida. Ogamyer llevaba unas monedas de oro para regalárselas al Niño que iba a nacer pero tenía que ayudar a aquellas personas necesitadas. Así que les dio las monedas de oro diciéndoles:
– Estas monedas eran para un Rey, pero os las doy a vosotros para que podáis comer y seguir vuestro viaje. Ya encontraré algo para regalarle al Rey.

La mujer agradeció mucho a Ogamyer su regalo porque gracias a él podría alimentar a su pequeño hijo.

Ogamyer y los niños continuaron el viaje y por tercera vez la estrella se alejó del camino y se detuvo sobre un pueblo. Cuando entraron por la calle principal notaron un fuerte olor y comprobaron que la mayoría de sus habitantes estaban enfermos. Ogamyer, que también tenía conocimientos de medicina, se dio cuenta que la enfermedad se transmitía por el aire y que podría evitarla si hacía desaparecer aquel mal olor. Si mezclaba el incienso y la mirra que llevaba perfumaría el ambiente y haría desaparecer los malos olores. Pero aquellos regalos, mucho más valiosos que las monedas de oro, eran para el Niño Dios que iba a adorar. Entonces oyó el llanto de un niño enfermo. Ogamyer no podía dejar que aquellas pobres personas murieran. No lo pensó más, mezcló el incienso y la mirra y con ayuda de los niños perfumó toda la ciudad, hasta que hizo desaparecer todo el mal olor. La gente del pueblo se curó y quedaron muy agradecidos, pero ellos se habían quedado sin nada que regalar al Niño. Cuando se presentaran delante del Niño… ¿qué le iban a regalar?

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Siguieron el camino que la estrella les señalaba desde el cielo y se encontraron con Gaspar, Melchor y Baltasar que volvían de adorar al Niño. Los tres hombres sabios le dijeron que el Niño Rey había nacido en una pequeña aldea llamada Belén. Ogamyer y sus amigos, ansiosos por ver al Niño, continuaron el camino hasta llegar a Belén. Cuando entraron en el pueblo se preguntaban qué le iban a regalar. No les quedaba nada, lo habían dado todo para ayudar a la gente. Iban a quedar mal delante de aquel Niño, Dios y hombre.

La estrella estaba parada encima de una cueva y se veía a mucha gente dirigirse a aquel lugar. Cuando entraron en la cueva preguntaron:

– ¿Hay aquí un Niño recién nacido? Decidnos dónde está porque hemos visto su estrella, la misma que se ve ahora encima de esta cueva y hemos venido a adorarle.
– Sí, está aquí -les dijeron.

El Niño dormía en un pesebre de paja y parecía sonreír en sueños. Su Madre, a su lado, lo contemplaba de rodillas con las manos juntas. Una mula y un buey junto al pesebre parecía que querían calentar al Niño.

Ogamyer y los niños se arrodillaron para adorar al nuevo Rey. Cuando vieron la cara del Niño y de su Madre les pareció que ya los conocían. De repente el Niño despertó y empezó a llorar de hambre. Ese llanto le recordó a Ogamyer algo… ¡Ya sabía quiénes eran! Eran los mismos viajeros hambrientos que habían ayudado al borde del camino, era el mismo Niño que había llorado en aquel pueblo azotado por la enfermedad. El Niño, después de comer, les sonrió y la estrella de Belén brilló como nunca. Ogamyer y los niños volvieron muy felices a Oriente.

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