Uno de los momentos más esperados de la Navidad, para mayores y pequeños, es el de decorar el árbol. En los últimos tiempos se han creado numerosas tendencias para personalizarlo, más allá de las clásicas; ya vimos en una anterior entrada de nuestro blog una recopilación de árboles bastante poco habituales. Ya sean artificiales o naturales, lo cierto es que se trata de compañeros inevitables y entrañables de las fiestas. ¿Pero cuál es su historia, y cómo han llegado a cobrar tanta importancia?
Para conocer el origen del árbol de Navidad debemos remontarnos a la Edad Media, como de costumbre. A una época muy temprana: nada menos que el siglo VIII. El protagonista de nuestra historia es un misionero que tiempo después sería conocido en la Iglesia como San Bonifacio. Se encontraba paseando por el bosque cuando se encontró con un grupo de paganos, a punto de talar un árbol de gran tamaño para realizar un sacrificio humano. Se acercó a ellos y les detuvo, mostrándoles el motivo: había divisado que bajo el tronco creía un pequeño retoño de abeto. Les pidió que indultaran a éste y le dejaran llevárselo consigo. Los paganos cedieron, y San Bonifacio plantó el joven árbol en su hogar, donde creció y le acompañó durante toda la Navidad.
Tiempo después, en 1539, la catedral de Estrasburgo decidió rendir homenaje a San Bonifacio. Para ello plantaron un abeto en su patio, durante la Navidad, y lo adornaron con alegres motivos. Otras iglesias de la región decidieron imitar el gesto. Pronto la idea se extendió, y ya para el siglo XVII se había convertido en una auténtica tradición, adoptada por la mayoría de los hogares cristianos.