El 31 de diciembre es una de las fechas señaladas no sólo de la Navidad, sino de todo el año. Es, desde luego, la tradición que más nos une a todos, sean cuales sean nuestras creencias o costumbres. Al fin y al cabo, el deseo de despedir al año que muere y dar la bienvenida al recién nacido es algo que siempre ha formado parte de todas las culturas del planeta (incluso a pesar de las diferencias entre los calendarios). Pero no todo el mundo sabe que la fecha también incluye otra celebración en Occidente: la noche de San Silvestre.
Antes que nada, debemos aclarar quién fue este personaje. San Silvestre vivió y ostentó el papado de la Iglesia en el siglo IV; una época bastante relevante dentro de la historia del cristianismo, ya que fue la que vio el fin de las persecuciones a los fieles. Gracias a él se convocó el Concilio de Nicea, en 325. Se dice también que fue quien bautizó al emperador Constantino, uno de los grandes abanderados de la expansión y aceptación de la doctrina cristiana en todo el mundo occidental, aunque no se tiene claro si esto es cierto. De lo que sí tenemos constancia es de que existió una gran amistad entre ambos.
San Silvestre murió el 31 de diciembre de 335, y desde entonces dicha noche se convirtió en su homenaje. Todavía hoy se llevan a cabo celebraciones en su nombre en el norte de España (especialmente en Galicia, donde se considera, al igual que San Juan, “una noche de meigas”), en muchos países latinoamericanos, y especialmente en Alemania, donde la Nochevieja todavía es conocida con el nombre del santo de forma habitual. Es tradición en dicho país cenar carpa, regada con el vino llamado sekt… y predecir el futuro mediante la cera de las velas, quizás en recuerdo al carácter de adivino y “mago” que se le atribuyó durante mucho tiempo, en la Edad Media, a la figura de San Silvestre.