Los personajes que conocemos como “duendes” están presentes en muchas culturas y en todo tipo de mitologías a lo largo del mundo. En el caso de la Navidad, proceden directamente de la tradición pagana, de la época en la que se celebraban, a final de año, ritos y homenajes a la naturaleza. Hoy en día se han asimilado a nuestra celebración, mezclándose con la tradición cristiana.
Los duendes o elfos son los ayudantes de Papá Noel en el Polo Norte (llamado Santa Claus, como sabemos, en los países de habla anglosajona y en muchos influenciados por ellos). Son los encargados de repartir alegría a los más pequeños junto a éste, ya que leen las cartas, seleccionan los juguetes que se merece cada uno y los empaquetan para que, finalmente, sean repartidos por el bonachón personaje en su trineo tirado por renos.
En algunas regiones del mundo, las estrellas fugaces que atraviesan el cielo en los días previos a la Navidad se consideran señales de que los duendes están cerca; muchos de ellos, se dice, son enviados a la Tierra para vigilar a los niños y comprobar si están siendo buenos. Son los informantes principales de Papá Noel, tal como cuentan numerosas historias, ¡así que no conviene hacerles enfadar si nos topamos con uno!
La iconografía habitual del duende nos lo presenta como un personaje menudo, joven o viejo, ataviado generalmente con gorro y con ropajes verdes. Cuando el duende se mezcla con la tradición del elfo en la mitología británica, también posee orejas puntiagudas (como curiosidad, el elfo nórdico era muy diferente, alto y estilizado, similar a los que presentan autores como J.R.R. Tolkien en sus novelas).
En muchos lugares del mundo, cuando llega la Navidad, se celebran pasacalles dedicados a los duendes, en los que éstos recorren la ciudad o el pueblo realizando malabarismos y representaciones, para delicia de los más pequeños. Al fin y al cabo, es una época perfecta para que estos simpáticos personajes y sus cuentos no caigan en el olvido.