Los magos de Oriente
Queridos reyes, magos, sacerdotes:
Oficiabais la arcilla, el agua, el fuego;
salmodiabais al ritmo de los bosques
ante el rústico altar de hierba y trébol;
os ceñisteis la túnica del noble,
dejasteis los ornatos sobre el suelo,
emprendisteis el viaje al horizonte,
arrojasteis al viento el haz de brezo,
decididos a inspeccionar el orbe,
a descubrir la cuna del misterio.
Para adorar al Mesías
viajan los Reyes de Oriente.
La estrella, signo anunciado,
se manifiesta en el cielo,
les guiará en largo vuelo
hacia un lugar revelado
por oráculo sagrado,
donde habita el Sol naciente.
Para adorar al Mesías
viajan los Reyes de Oriente.
Sin miedo a los desafíos,
movidos por su esperanza,
por su fe, por su confianza,
intrépidos y bravíos,
recorren montes y ríos,
con espíritu valiente.
Para adorar al Mesías
vienen los Reyes de Oriente.
Traen cansancio del camino,
en la mirada el desierto;
su corazón late abierto
para albergar al divino
Soberano, peregrino
en este valle doliente.
Para adorar al Mesías
vienen los Reyes de Oriente.
Y la estrella se ha ocultado
entrando en Jerusalén,
la buscan y no la ven.
Temen haberse apartado
del sendero señalado
en un punto de Occidente.
Para adorar al Mesías
vienen los Reyes de Oriente.
Acuerdan escudriñar.
Confundidos y asustados
preguntan por todos lados:
¿Dónde está el que va a reinar,
Dios, que acaba de llegar?.
Mas no lo sabe la gente.
Para adorar al Mesías
vienen los Reyes de Oriente.
Herodes, en su castillo,
cegado por la codicia,
quiere saber la noticia:
De Belén saldrá un caudillo
en el cuerpo de un chiquillo
que reinará eternamente.
Para adorar al Mesías
vienen los Reyes de Oriente.
Herodes exige, ansioso,
le presenten a los magos
y con mentiras y halagos
les dice está deseoso
de adorar al poderoso
y le informen prontamente.
Para adorar al Mesías
vienen los Reyes de Oriente.
Cuando salen del palacio,
luce en el cielo la estrella,
¡qué clara y fuerte destella!.
El brillo alumbra el espacio
como sublime prefacio
de la luz omnipotente.
Para adorar al Mesías
llegan los Reyes de Oriente.
La estrella se posa encima
del lugar donde está el Niño,
rodeado del cariño
de su madre, que le mima,
y el buen José no escatima
los cuidados dulcemente.
Para adorar al Mesías
llegan los Reyes de Oriente.
En un modesto portal,
una estancia en una cueva,
sonríe la Buena Nueva,
la energía universal,
el refugio espiritual
del humilde penitente.
Para adorar al Mesías
llegan los Reyes de Oriente.
Tras alabar a María,
de hinojos al Niño adoran,
su providencia le imploran.
Es mensaje de armonía
la solemne Epifanía
del Ser excelso y clemente.
Para adorar al Mesías
llegan los Reyes de Oriente.
En homenaje a su Alteza
le dan oro, mirra, incienso,
muestras de su elogio inmenso.
El oro es poder, riqueza;
la mirra, salud, belleza,
y el incienso es alma ardiente.
Para adorar al Mesías
llegan los Reyes de Oriente.
Los Magos son extranjeros,
símbolo del pueblo infiel
que se postra ante Emmanuel.
Son del Verbo coherederos,
apóstoles, misioneros
en un pueblo diferente.
Para adorar al Mesías
llegan los Reyes de Oriente.
Un ángel, en sueño extraño,
a los Reyes ha advertido
que Herodes, enfurecido,
maniobró con engaño;
pues, para no causar daño,
marchen sigilosamente.
Llenos de fe en el Mesías
parten los Reyes a Oriente.
Rebosantes de alegría,
con el corazón colmado
de amor al Hijo encarnado,
loando su legacía,
exclaman ¡Ave María!
¡Gloria a Dios aquí presente!.
Llenos de fe en el Mesías
parten los Reyes a Oriente.
Reyes Magos de Oriente, ¡enhorabuena!,
desvelasteis lo oculto, lo secreto,
la sorprendente magia de la esfera,
el mensaje grabado sobre el cielo,
traspasasteis la ruta de la niebla,
atendisteis la voz del firmamento,
cobijasteis la paz de Buena Nueva,
abristeis el portal del alto templo,
y entregasteis al Niño las ofrendas,
los simbólicos mirra, oro e incienso.
Reyes Magos, viajeros por la Vida,
que alcanzasteis la dicha del encuentro
con el Dios de la paz y la armonía,
ofrecedle la mirra de los cuerpos,
suplicadle perdón por sus heridas,
entregadle el vil oro del becerro
causante de ambiciones destructivas,
adoradle con humo del incienso
que exhalan nuestras almas renacidas
con su Amor, con su Cruz y con su Adviento.
Autor: Emma-Margarita R,.A.-Valdés
Libro: Antes que la luz de la alborada, tú, María